En un pequeño rincón del Bosque, Garrampas, la ratita que da calambres, había encontrado un espejo antiguo en una cueva olvidada. Curiosa como siempre, decidió llevarlo a su hogar. Una vez allí, lo colocó en su pequeño refugio y se quedó fascinada por su reflejo. Pero había algo peculiar en ese espejo: cada vez que Garrampas se miraba, el espejo le devolvía no solo su imagen, sino también destellos de sus aventuras pasadas.
Una mañana, mientras examinaba su reflejo, el espejo comenzó a brillar intensamente. De repente, Garrampas se encontró transportada a un recuerdo: el día en que conoció a Ratoner. Vio cómo se presentaron entre risas y cómo juntos enfrentaron sus primeros desafíos. El espejo seguía mostrando escenas de valentía y amistad, pero también momentos de miedo y dudas.
Intrigada, decidió que debía compartir este hallazgo con Ratoner y le explicó todo sobre el espejo mágico. Juntos, se miraron en él y fueron arrastrados a una nueva aventura: atravesaron un campo de flores brillantes para rescatar a un grupo de pequeños conejitos atrapados por un zorro travieso.
Con cada desafío superado, el espejo les mostraba no solo sus hazañas heroicas, sino también los momentos en los que habían aprendido a confiar el uno en el otro. Al final del día, Garrampas y Ratoner regresaron a casa exhaustos pero felices.
El espejo no solo era un objeto mágico; era un recordatorio de la fuerza de su amistad y las memorias compartidas. Desde entonces, cada vez que miraban al espejo, no solo veían su reflejo, sino también el hermoso camino recorrido juntos.
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