En un lejano reino, donde los colores vibraban y los sueños a veces se hacían realidad, vivía una pequeña hormiga llamada Azura. A diferencia de las demás hormigas, Azura era azul y tenía el don de volar hacia adelante y hacia atrás, como los colibríes, así como la posibilidad de explorar los cielos estrellados que los demás debían de conformarse solo con contemplar.
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Una noche, mientras surcaba el cielo con sus delicadas alas, se encontró con un gato con alas de murciélago llamado Noctis. Era una criatura solitaria y curiosa que anhelaba descubrir nuevos mundos más allá de las sombras.
El impacto fue tremendo. Nunca habían visto un ser parecido al que tenían enfrente. Al principio se asustaron y quedaron quietos. Luego, Azura, simpática como nadie y valiente como pocos, sonrió y se acercó, presentándose.
—¡Hola! —exclamó pizpireta—. Soy Azura y, además, una hormiga azul. ¿Y tú quién eres?
Noctis la seguía mirando con aquellos enormes ojos plateados que reflectaban la luz de la luna. Primero le salió una cosa entre un maullido raro y un gruñido flojo, como si las palabras se le atascasen en la garganta. Después, su nombre.
—Me llamo Noctis y soy... un gato negro con alas de murciélago.
—¡Son preciosas! —exclamó Azura con una vocecita suave y tierna al tiempo que cantarina.
—¿Te gustan? —preguntó Noctis contrariado, agitándolas y levantado una ligera brisa que movió las alas de la hormiga.
—¡Me encantan!
—A mí, las tuyas. Se ve lo que hay al otro lado. ¡Parecen mágicas!
Después de pasar dos lunas charlando y guardando silencios, a pesar de lo diferentes que eran, se dieron cuenta de que tenían muchísimas cosas en común, como ser únicos en su especie, lo que no siempre les había sido beneficioso. Decidieron emprender un viaje juntos hacía el Universo Azul, un lugar mágico del que habían oído hablar, aunque sospechaban que se trataba de una leyenda. Se decía que ahí todo era posible y que existía un Bosque Imaginado, iluminado por una radiante luna azul.
Siguieron el camino de estrellas y al final de él, bajo el azul y plateado brillo de la luna errante, identificaron el Bosque Imaginado, a los pies de unas resplandecientes montañas en la que vivían los seres mágicos de los fríos y las nieves. Quedaron deslumbrados por el río de luz que discurría montaña abajo y que se perdía entre los árboles del bosque, pintados de tantos colores y tan intensos unos, tan suaves otros, que se reflejaban en la oscuridad de las alas de Noctis y en las transparentes y delicadas de Azura.
Estaban algo sobrecogidos por la belleza que les rodeaba, por los enigmáticos sonidos que emitía el bosque y, sobre todo, por las criaturas especiales que conocieron, como el Hado de la luz y su inseparable cérvido, Hojarasca, impregnados ambos del espíritu mágico y puro del bosque. A lomos de Hojarasca se adentraron en la parte más misteriosa del bosque, donde las sombras y las luces jugaban a encontrarse, donde los silencios nadaban junto a los cantos oníricos de los árboles y donde los secretos se convertían en suspiros que susurraba el viento.
El Hado les explicó que la amistad entre una hormiga azul y un gato murciélago errante era extraordinaria, por rara y por casi quimérica, pero en ese reino de fantasía todo era posible y asombroso. Azura y Noctis, tras escuchar al espíritu de la luz, confirmaron que sus diferencias eran lo que los hacia especiales y únicos. Su deber era cuidar esa amistad ya que en ella encontrarían la fuerza y el coraje para enfrentarse a todos los desafíos y peligros que pudieran encontrarse.
Finalmente, después de recorrer el Bosque Imaginado —una parte porque, realmente, parecía infinito—, Azura y Noctis regresaron a sus hogares con sus corazones llenos de aventuras y recuerdos. Aunque cada uno pertenecía a su propio reino, sabían que su amistad trascendía los límites del espacio y el tiempo.
Desde entonces, cada noche, Azura volaba hasta las alturas y Noctis ascendía desde las sombras para reunirse en el cielo estrellado. Y así, la hormiga azul y el gato murciélago errante continuaron compartiendo sus sueños y secretos, manteniendo viva la magia de su amistad en ese mundo de fantasía al que volvían para seguir conociéndolo, para imbuirse de su realidad y de su hechizo.
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