Había una vez una joven bailarina llamada Isabella. Amaba la danza por encima de todo y soñaba con dar las mejores vueltas del mundo en el escenario. Pasaba horas y horas practicando en el estudio de danza, perfeccionando su técnica y buscando la forma de sorprender al público con su destreza. Sus movimientos eran gráciles, depurados; parecía que volaba en vez de tocar el suelo con las puntas de los pies.
Un día, mientras ensayaba una coreografía especial para una competición importante, algo increíble sucedió. Cuando Isabella empezó a deslizarse por el suelo, realizando aquellos increíbles giros, su falda de tutú y sus piernas se convirtieron en una peonza gigante. Se sintió sorprendida al principio, pero pronto se dio cuenta de que podía controlar esta nueva habilidad.
Isabella comenzó a incorporar sus vueltas de peonza en sus presentaciones, y el público quedó asombrado. Sus actuaciones se volvieron famosas en todo el mundo, convirtiéndose en la bailarina más aclamada del planeta.
Aunque su deseo original era dar las mejores vueltas y mejorar sus habilidades como bailarina, descubrió que la vida puede sorprenderte con talentos inesperados. Aprendió que, a veces, el camino hacia los sueños puede tomar direcciones inimaginables.
Ella sabía que con mucho esfuerzo y mucho sacrificio su trabajo se vería recompensado de alguna manera, pero jamás imaginó que adquiriría una habilidad como aquella y que la haría única, desde entonces fue conocida como «la dama del viento».
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Óscar T. Pérez |
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