En un rincón del Bosque Imaginado, donde la realidad y la fantasía se abrazan, serpentea un sendero iluminado por luceros. Estos no son luceros comunes; son las almas de historias no contadas, brillando con la esperanza de ser descubiertas. Ratoner, el ratón cuántico, corretea por este camino —su pelaje refleja la luz de los astros— guiando a los soñadores.
Una noche, una niña de ojos como estrellas y corazón lleno de curiosidad se adentró en el Bosque. Al pisar el Sendero de los Luceros, cada pisada resonaba como una nota de una melodía olvidada, y los luceros se inclinaron hacia ella, susurrando promesas de aventuras y maravillas.
A medida que caminaba, los árboles se inclinaban, sus ramas formaban arcos de luz, creando un túnel de estrellas. Cada hoja era una página de un cuento, cada suspiro del viento, una canción de cuna para los sueños. La niña, con el corazón latiendo al ritmo del Bosque, encontró un lucero más brillante que el resto, su luz era tan pura que parecía un fragmento del Sol.
Al tocarlo, el lucero se transformó en una llave de plata, con la palabra Imaginación grabada. Al usarla, abrió una puerta invisible en el tronco de un árbol, revelando un jardín donde cada flor era una historia esperando ser leída, cada aroma, una emoción por vivir.
Ratoner, observando desde una rama, sonrió, sabiendo que esa niña había encontrado no solo una historia, sino el poder de crear las suyas. En el Bosque Imaginado, la fantasía de luz no solo ilumina el camino; llena el alma de quien se atreve a soñar.
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