En el corazón del Bosque Imaginado, donde las hojas susurran secretos y las estrellas guiñan con conocimiento, se erige la Taberna de las Sombras Danzantes. Esa noche, una tormenta de luz deslumbrante cae sobre el Bosque, y Ratoner y Garrampas buscan refugio en su acogedor interior.
La taberna está viva con risas y murmullos, pero algo peculiar ocurre. Las sombras de los presentes, normalmente dóciles, comienzan a danzar con una energía propia, reflejando no solo movimientos sino también los deseos y temores de cada cual.
Ratoner, con su mirada cuántica, nota cómo la sombra de Garrampas, una silueta eléctrica, se desprende de ella, creciendo con cada calambre emitido. Esta sombra, con una voluntad propia, empieza a absorber la luz de la taberna, amenazando con sumergirla en una oscuridad eterna.
Ella, sintiendo mermar su energía, intenta acercarse a su sombra, pero cada vez que lo hace, los calambres solo fortalecen a la sombría entidad. Él, comprendiendo la naturaleza de su dilema, propone un plan. Usando su entendimiento del tejido de la realidad, comienza a manipular las probabilidades, creando pequeños portales de luz que roden a la sombra.
Mientras tanto, Garrampas, siguiendo la estrategia de Ratoner, controla sus calambres, enviando ondas de energía precisa hacia su sombra. Con cada pulso, la sombra se debilitaba, y con un último esfuerzo, une su esencia a su sombra, reintegrándola con un destello de luz que devuelve el brillo a la taberna.
La Noche de las Sombras Danzantes pasa a ser una leyenda, no solo por la danza de las sombras sino por la lección aprendida sobre la conexión entre luz y oscuridad, deseos y miedos. Garrampas y Ratoner, con sus corazones más unidos, comprenden que, incluso en la fantasía del Bosque, las sombras son parte de uno mismo, esperando a ser iluminadas.
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