En el corazón del Bosque Imaginado, donde los árboles de cristal guardan ecos de sueños antiguos, aparece un portal inmenso: un arco de luz pura que no muestra imagen alguna al otro lado, solo un vacío resplandeciente. Una inscripción luminosa palpita en su borde: «Solo la risa sincera abre el camino».
Ratoner, con su cola cuántica temblando de emoción, se planta delante. «Déjame a mí», dice, y suelta su repertorio de chistes malos:
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| Imagen: Grok |
—¿Por qué la probabilidad nunca miente?
—Porque siempre tiene un 50 % de razón.
Silencio. El portal ni se inmuta.
Garrampas, harta de tanta lógica, se sube al lomo de Ratoner y empieza a lanzar cosquillas eléctricas: chispas azuladas que bailan como luciérnagas traviesas. Ratoner se retuerce, ríe a medias, pero la risa aún es contenida, educada, de ratón cuántico que calcula incluso sus carcajadas.
Entonces Qamar, la luna azul nómada, desciende hasta rozar la hierba con su luz. Garrampas, valiente, apunta su cola hacia ella y suelta una descarga juguetona. La electricidad lunar chisporrotea, sube por los cráteres de Qamar y… la luna estalla en carcajadas.
Son risas de Big Bang contenido: un sonido de campanas de cristal, de estrellas que chocan y se abrazan, de universos enteros naciendo de la pura alegría. El portal se abre de golpe, derramando cascadas de luz arcoíris y música de flautas invisibles. Al otro lado se extiende un mundo donde los ríos cantan, los árboles dan frutos de colores imposibles y el aire sabe a esperanza recién nacida.
Ratoner y Garrampas cruzan de la mano —o de la pata—, seguidos por una Qamar todavía riendo, más pequeña, más ligera, más feliz que nunca. Porque en el Bosque Imaginado se aprende que la puerta más difícil de abrir no es la de la tristeza, sino la de la risa verdadera. Y cuando una luna aprende a reír, el universo entero ríe con ella.

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