Uno de esos días en los que Ratoner andaba un poco aburrido y Garrampas muy ocupada, el tiempo parecía no ir a favor de ninguno de los dos. A uno porque le sobraba todo; a la otra, porque le faltaba. Ya que Ratoner no podía contar con su querida ratita, decidió salir solo por el Bosque Imaginado. En realidad, nunca estaba solo porque el bosque estaba lleno de seres con los que hablar y compartir un rato agradable.
Recordó aquella ocasión en la que Juana, la rana, Bruno y Liz, el búho y la lombriz, le habían contado de la existencia de un lugar mágico más allá de la pradera donde se hallaba la gran secuoya, un enorme árbol capaz de albergar los misterios más profundos del bosque. Vagamente recordaba la conversación, pero sí aquellas palabras: «Existe una biblioteca dentro de ella, pero nadie vivo la ha visto». Ni corto ni perezoso, se preparó un hatillo y fue en busca de Garrampas, que estaba tomando un té frío de frambuesas y menta dulce para recuperar un poco las energías.
Ratoner empezó a hablar de manera acelerada. Garrampas se puso un poco inquieta porque no lograba entender bien lo que le decía, y el ratón se ponía nervioso porque tenía tantas cosas en su cabeza que se atolondraba sin avanzar nada.
Y así fue. Mano a mano fueron terminando aquella tarea, justo a tiempo para comer. Después, descansaron un poco, pues Garrampas estaba agotada. Ratoner fue paciente, aunque no veía el momento de partir.
Se adentraron en el bosque. La aventura estaba echada, así como su suerte. Llegaron a la gran explanada del reflejo de luna. Ahí estaba la secuoya: enorme, casi tocando el cielo; con un tronco tan grueso que ni un millón de ratones tomados de la mano podían rodear.
En ese momento, escucharon un susurro misterioso que parecía proceder de la secuoya Intrigados. Se acercaron hasta él. Su mirada apenas podía alcanzar la punta de las copas. Frente al árbol, eran como dos granos de arena.
El árbol tenía un gran túnel que cruzaba su tronco por el medio. Al otro lado, estaba la otra mitad de la pradera.
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Imagen libre |
Ratoner se metió en el túnel. De haber dos cielos, ese sería uno, aunque las estrellas fueran los ojos de los murciélagos y las luciérnagas. Movió sus bigotes como si fueran varitas de un zahorí, como si olisquease la magia, y su imaginación hizo el resto. Además, parecía que solo él escuchara ahora los susurros del árbol. Entonces, sin darse casi cuenta, dio con una diminuta puerta muy bien disimulada entre las vetas del tronco. Sin pensarlo dos veces, se adentraron en la abertura y se encontraron con la biblioteca mágica y secreta. Las estanterías estaban repletas de libros encantados que brillaban con luz propia.
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Imagen de Pinterest |
Se adentraron en las páginas de los cuentos, de los libros de historia, en los de arte y en otros que no sabían ni que pudieran existir, y se hallaron en mundos fantásticos y mágicos. Navegaron en barcos piratas por océanos de tinta, volaron con dragones entre nubes de papel y resolvieron enigmas con magos sabios. Cada libro era una nueva aventura, y juntos exploraron los rincones más recónditos de la biblioteca, sumergiéndose en historias asombrosas y emocionantes. Aprendieron sobre valientes héroes, princesas encantadas y criaturas mágicas. Estaban tan absortos en la lectura y en cuánto descubrían que perdieron la noción del tiempo. Tal vez ahí dentro los minutos llevaban otra marcha, pero fuera llevaba el ritmo normal. Había caído la noche, otra y después otra. Pasaron tantas que todo el bosque, preocupado, andaba buscándolos.
La anciana guardiana de la biblioteca imaginada y mágica —nadie sabía su edad. Algunos decían que existía ya cuando la primera hierba del bosque nació—, era una hermosa lechuza de plumas blancas y doradas; aunque ya sabía de la presencia de los dos amigos, fingió descubrirlos.
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El rey búho / Silviya Stoyanova Carrier |
Con una sonrisa amable, les contó que la biblioteca era un lugar especial reservado para los corazones curiosos y valientes como los suyos, donde los secretos se escondían en cada estantería, los enigmas desafiaban la mente y los misterios se desvanecían en la bruma del tiempo, guardados celosamente por los susurros de las paginas. Un lugar tan vasto y mágico que siempre sería un refugio para aquellos que buscasen el conocimiento y el encanto eternos.
Se despidieron de la biblioteca secreta, pero la anciana guardiana les regaló un libro especial como recuerdo de su visita. Con su tesoro en las patitas, regresaron al Bosque Imaginado, con el deseo de seguir viviendo aventuras y compartiendo historias. Y así, Garrampas y Ratoner redescubrieron que la magia de la lectura les podía llevar a lugares increíbles y enseñarles lecciones valiosas.
Cada noche, se reunían en su pequeño nido y leían en voz alta, compartiendo el encanto de la secreta biblioteca con todos sus amigos del bosque porque, aunque sabían de su existencia, solo unos pocos, en los milenios que tenía el bosque de vida, habían dado con la puerta. Y ellos habían visto la llave.
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Fotografía de Irina Zororog |
Una historia preciosa...me ha encantado. Soy tejedora de sueños @susanaizto, pero no sé cómo ponerlo para que no salga anónimo. Soy así de inútil con esto..jajaja
ResponderEliminarBienvenida, Susana :-) Igual es porque no has iniciado sesión y no te admite el perfil :-) a veces son cosas que pasan, pero estás aquí, y tú anónimo personalizado es tan bueno como si estuviera tu avatar.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por pasare y disfrutar con nosotros de esta mágica historia.
Un beso.