miércoles, 26 de abril de 2023

Garrampas y Ratoner cuentan estrellas


Ratoner amaba a las estrellas, casi tanto como a la luna. Una noche, mientras las contemplaba desde su cama, pensaba en Garrampas, esa preciosa ratona que le había robado el corazón. Para él, ella era una estrella, la que más brillaba. Igual no en el cielo, pero sí en su vida. Sin darse cuenta, empezó a contar las estrellas, pero se quedó dormido. Por la mañana, mientras se disponía a desayunar, apareció Garrampas con un pastel de moras recién hecho. A Ratoner se le afilaron los dientes y la boca se le hizo agua. Le encantaban las moras, y cuando más maduritas, mejor porque estaban mucho más dulces y blanditas. Una vez probó las rojas y tuvo la boca seca durante un día entero.
—Ratoner, hoy me apetece hacer algo diferente. He pensado mucho y no he encontrado nada que parezca divertido. Creo que no estoy inspirada.

Ratoner parecía no escucharla. Comía a dos carrillos, como si no hubiese comido en días. Garrampas lo miraba entre absorta y contenta. Evidentemente, la tarta estaba muy buena.

—¿Te gustaría contar estrellas? —preguntó el ratón.
—¿Contar estrellas? ¡Eso es imposible!
—No es imposible; solo hay que empezar por la primera y ver hasta dónde llegamos. El mejor lugar para verlas es en lo alto de la montaña, pero nos va a llevar mucho tiempo. Es un viaje un poco largo —dijo, haciendo una pausa para volver a ponerse en la boca un pedacito de tarta.

Subir hasta la montaña no era una mala idea, pero tampoco era la mejor. Así que decidieron contar con el hada hechicera, que todo lo ve pero nadie la ve, para que les ayudara a tener la mejor vista del cielo sin tener que subir a aquella enorme montaña que, según contaban los sabios del bosque, estaba llena de peligros.


—Tenéis que estar preparados justo para cuando el último rayo de sol se esconda tras la montaña —informó la hechicera—. Entonces, tomados de las manos, deberéis pronunciar juntos estas palabras. No las olvidéis: Caracola, caracolun, plis plas plun, deja que la magia entre en tu corazón.
—¿Y qué ocurrirá entonces? —preguntó Garrampas, menos dada a la magia que Ratoner.
—Esperaréis un poco para que la magia haga efecto. Aparecerá una caracola y os subiréis a ella. Os pondréis los trajes que lleva dentro y después os llevará a un lugar mágico desde el que veréis las estrellas como jamás hayáis podido imaginar.
—¿Y cómo regresaremos?
—Justo cuando veáis que el primer rayo de sol aparece, la caracola regresará al punto de partida.

Estaban totalmente emocionados. No podían repetir en voz alta el hechizo, pero tampoco podían olvidarlo ni errar en palabra alguna. El día, pese a todas las cosas que tenían pendientes, se les hizo un tanto largo. No veían el momento en el que debía anochecer para emprender el viaje a las estrellas.

El sol empezaba su descenso. El cielo se vestía de un intenso color naranja y las nubes creaban con sus formas y tonalidades un precioso cuadro abstracto.

—Es la hora, Garrampas.

Ambos se tomaron de la mano. Cerraron los ojos y, al unísono, pronunciaron las palabras mágicas. Cuando los abrieron, una preciosa caracola brillaba a su lado. Subieron a ella y esta empezó a ascender. Pronto, el pico de la montaña se hizo diminuto y el cielo nocturno era una enorme laguna negra donde miles de estrellas y otros elementos celestes brillaban y se movían en una danza curiosa.

Ratones en el espacio /Fotos 123Fr libres

Cuando la caracola se detuvo en aquel punto, comenzaron a contar una por una cada estrella que veían, sin darse cuenta de que a veces contaban la misma varias veces. Fueron conscientes de la vastedad del cielo y de su majestuosidad.

Cansados de contar, se quedaron dormidos al arrullo de la luna. Cuando despertaron, la luz del sol estaba a punto de aparecer y las estrellas titilaban más tenuemente. La caracola empezó su descenso, dejando atrás el hermoso paisaje estelar. 


Un tibio rayo de sol los acompañó hasta la laguna del bosque, donde decidieron despejarse un poco y almorzar algunas frutas silvestres. Seguían tan impactados por la experiencia que continuaban sin hallar las palabras que explicaran sus emociones o expresaran todo aquello cuanto habían visto y aprendido sobre el cielo nocturno, lo mágico que era, lo bonita que se veía la luna y el montón de estrellas que sus miradas no alcanzaron a ver y menos a contar. Aquella aventura había resultado vital para ambos. Estaban seguros de que cada vez que contemplaran el cielo hallarían algo nuevo que descubrir.

Y así encontraron una nueva pasión en sus vidas, una cosa más que poder hacer juntos, una que les hizo sentir pequeños, pequeñitos, pero a la vez enormes, al contemplar la inmensidad del universo, pudiendo disfrutar de su magia y de la belleza de la noche.

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